La meta es el objeto del deseo, aquello que buscamos y en lo que estamos dispuestos a invertir tiempo y esfuerzo para alcanzarlo. La meta es la que va a dar forma y sentido a nuestros caminos, además de permitirnos mantener intacta la motivación durante el entrenamiento.
Pero no todas las metas son iguales. Hay tareas en la que está bien definida, como estudiar para un examen, y otras en que no tanto, como esto de ponerse en forma. ¿Cuándo estoy en forma? es una pregunta que se suelen hacer las personas. Y en realidad es difícil de responder, porque cuando han alcanzado uno de sus objetivos pasa a menudo que quieran más, que no se contenten con ello, puesto que sienten en sí mismos los beneficios de estar bien. Por eso, tu plan de entrenamiento debe estar basado en las referencias, en la toma de medidas antes y después para los objetivos sean más concretos y las metes estén claras antes de empezar.
Para tu entrenador debe ser muy importante que sepas a ciencia cierta que has logrado tus objetivos. Y si luego quieres mejorar, nada te lo impide. Siempre puedes colgarte en la cabecera de tu cama esta frase motivadora: «Lo que hoy es una meta, mañana será un punto de partida». Es bueno que haya algún punto de referencia, pues es lo que te marca el camino a seguir y te impide desviarte. Y debe ser una meta alcanzable, porque si no puede provocar el efecto contrario y llevarte a la desmotivación.
La Fase Frágil
Aunque tu motivación sea impecable, tarde o temprano pasarás por una fase frágil. Es inevitable, ¡nos ha pasado a todos! En esta fase la motivación disminuye, casi siempre por la falta de progresión o de apreciación de esa progresión. Al cumplir con la rutina, la persona se siente bien, pero al pasar los días y no notar diferencias en su evolución empieza a dudar del sistema y a decaer su satisfacción por el deber cumplido.
Para superar esta fase es importante saber que las mejoras no son lineales, sino que, si las representamos en una gráfica, ésta tendría forma de escalera: algunos días permaneces estacionario, no se aprecia evolución, y de repente todas las diferencias se hacen evidentes. Esta fase es peligrosa. Para superarla sólo cabe ser disciplinado, saber que no dura más de siete días y, al terminar, que todo se viene arriba, ánimos y forma física.