La intensidad y el volumen no existen por separado cuando los relacionamos con las cargas de entrenamiento de los deportistas. Al realizar todo tipo de ejercicio siempre se manifiesta sus dos aspectos interrelacionados: la cantidad y la calidad, la duración y la intensidad.
En principio, mientras mayor sea la intensidad, menor será el volumen y al revés. El volumen y la intensidad, teniendo en cuenta la complejidad de la coordinación de los movimientos, la tensión psíquica y las condiciones del medio exterior, caracterizan la carga del entrenamiento.
Es natural que, a través de la modificación del volumen y la intensidad del trabajo de entrenamiento, se pueda, en gran medida, modificar su influencia sobre los órganos y sistemas, así como su significación para el entrenamiento.
En principio, mientras mayor sea la intensidad de los ejercicios, con mayor duración se realizarán a ese mismo nivel, mayores serán los gastos del organismo del deportista y, por ello, a un nivel superior «la función construirá el órgano». Además, mientras mas elevada sea la intensidad, más considerable sera la carga sobre el sistema nervioso central y sobre la esfera psíquica del deportista.
Hace falta subrayar que la poca efectividad de la influencia de los ejercicios de poca intensidad se puede superar mediante el aumento del numero de repeticiones.
Así las cosas, la correlación entre volumen e intensidad se establece en cada caso concreto partiendo, primordialmente, de la intensidad exigida y, después, del volumen apropiado a cada deportista.
Para establecer la correlación óptima entre volumen e intensidad en la carga de entrenamiento del año o de varios años de preparación deportiva, hace falta determinar continuamente el nivel de los esfuerzos, complejidad en la coordinación, tensión isquiática y volumen real. En algunas modalidades deportivas eso es bastante simple.
El nivel de gasto de energías durante la realización de ejercicios físicos no puede servir de indicador de sus dificultades y del agotamiento que produce. Por ejemplo, un trabajo estático muy agotador y tenso exige para su recuperación menos gastos energéticos que los trabajos dinámicos, los cuales parecen ser mucho más ligeros.
Es natural el deseo de los entrenadores de simplificar la valoración de las cargas sobre el organismo de los deportistas. Por ejemplo, en los últimos tiempos se utiliza con mayor frecuencia la medición del numero de contracciones cardíacas cada minuto.
La frecuencia del pulso durante y después del trabajo como indicadora de cambios en el organismo, en muchos casos (sobre todo en los trabajos que exigen resistencia) determina con suficiente exactitud el nivel de las cargas de entrenamiento.
Sin embargo, debe tenerse en cuenta que la carga de cualquier trabajo de entrenamiento no cae solo sobre el corazón. En una u otra medida se distribuye por muchos órganos y sistemas. La capacidad de resistir una carga es una capacidad inherente al organismo del deportista en su conjunto.
El camino principal para elevación de la capacidad deportiva del trabajo es siempre la carga de entrenamiento, dirigida a la obtención de resultados deportivos y al despliegue de las posibilidades potenciales del deportista. Por ello, seria incorrecto permitir un aumento del entrenamiento por la frecuencia del pulso. Como método de regulación de la carga, debe ser solo aplicable a los deportistas débilmente preparados.