A lo largo de los años, entrenadores y deportistas reconocieron la importancia de la velocidad, pero estaban convencidos de que era una cualidad genética «otorgadas por Dios», sobre las que nadie podía hacer nada por modificarlas.
Por lo tanto, el entrenamiento de esta cualidad no existía en los juegos de equipo; todo estaba relegado al atletismo y a aquellos entrenadores interesados en pruebas de velocidad.
A niveles universitarios y profesionales, los entrenadores reclutaban a deportistas veloces y rápidos, en lugar de intentar mejorar las condiciones de aquellos con superiores habilidades de juego. Cuando Estados Unidos dejó de ganar todas las pruebas, se dieron cuenta de que mejorar la velocidad de una persona era posible con el entrenamiento.
Desde entonces, comprendimos que la velocidad de sprint se incrementaba no solo mediante la mejora de la técnica (la salida y la mecánica del sprint), manteniendo mas tiempo la velocidad máxima y reduciendo el efecto de ralentización final (entrenamiento de intervalos de sprint), sino también mejorando la aceleración y dando zancadas mas largas y rápidas.
Luego, aparecieron nuevos entrenadores que involucraron los trabajos de fuerza. A partir de ahí el entrenamiento de la velocidad se volvió un eje fundamental en la formación de los atletas, tanto en deportes individuales como de conjunto.
Actualmente, la mayoría de expertos trabajan bajo un método que está compuesto por siete fases. Con el pasar de los años se ha ido perfeccionando el modelo original, ideado por el Dr. Ward, para proporcionar una versión más acertada sobre la mejora de la velocidad de juego en cualquier deporte.
El nuevo modelo de siete fases se desarrolló a partir de los descubrimientos de los investigadores y de sus experiencias con miles de deportistas de diferentes grupos de edad, incluyendo atletas de instituto, universitarios, profesionales y olímpicos. Este modelo incluye:
– Entrenamiento básico (para mejorar la fuerza muscular y la resistencia).
– Fuerza funcional y potencia (para mejorar la rapidez y la potencia explosiva).
– Balístico (para mejorar la rapidez y potencia explosiva de zonas concretas del cuerpo).
– Pliométrico (para mejorar la potencia explosiva total del cuerpo y la rapidez).
– Cargas progresivas (para mejorar la contracción muscular de alta velocidad).
– Velocidad deportiva y resistencia de velocidad (para mejorar el estilo especifico del deporte y la resistencia).
– Supervelocidad (para mejorar la velocidad máxima al esprintar).
La literatura de referencia nos indica que, para entrenar el acto completo del sprint, los ejercicios y programas de entrenamiento han de ser similares a la actividad entrenada en términos de amplitud de movimientos, fuerza y ritmo.
La mejora de la velocidad es un asunto complicado, que requiere una aproximación individualizada que ponga de manifiesto los puntos fuertes y débiles de la persona. El modelo de las siete fases adopta esta aproximación individualizada para ayudarle a alcanzar su máximo potencial.
Hoy en día, la genética se considera tan sólo como uno más de los factores que determinan el potencial de velocidad máxima de una persona.
En todos los niveles de competición se han contratado entrenadores especializados en el tema, y el mundo del deporte tiene presente que, con el entrenamiento adecuado, los deportistas pueden mejorar de forma espectacular tanto su velocidad como su rapidez.