La respuesta es simple: sí. Hacer ejercicio aumenta las ganas de comer. La explicación también es muy sencilla: la comida nos da energía y cuando ejercitamos nuestro cuerpo gastamos más energía de lo normal. Por ende, mientras más actividad física realicemos más ganas de comer nos darán.
Sin embargo, acudiendo al principio de la individualización, todos somos diferentes. Habrá personas que digan que cuando terminan de hacer ejercicio sienten más hambre y por el contrario, habrá otras que sientan que se les cierra el estómago. Conscientes de ello, un grupo de investigación de la Universidad Politécnica de Madrid realizó un estudio para resolver esta duda.
«Varios estudios afirman que el ejercicio puede modular la ingesta de alimentos y contribuir a la regulación del apetito, la ingesta total de calorías y la composición de la dieta. Sin embargo, el tipo de actividad que podría inducir mayores cambios fisiológicos y de conductas, relacionados con el comportamiento alimentario y la ingesta de alimentos, sigue sin estar claro», explica la profesora Ana Peinado.
El trabajo desarrollado por los investigadores de la UPM muestra que los trabajos de fuerza, aeróbico o la combinación de ambos, no provocan una mayor necesidad de ingesta en personas con exceso de peso; es decir, que la actividad física no aumenta las ganas de comer.
«Uno de los resultados más interesantes que hemos obtenido es que se pone de manifiesto que las personas que inician un programa de ejercicio a largo plazo no aumentan su consumo de energía de manera compensatoria; siempre y cuando se incluyan consejos dietéticos», aclara Pedro Benito, otro de los investigadores.
«El ejercicio puede suprimir las calificaciones subjetivas del apetito, así cómo la posterior ingesta de energía. Esto es así porque tiene un impacto sobre determinadas hormonas reguladoras del apetito como la grelina, el péptido YY y el péptido 1 -similar al glucagón (GLP-1)-, durante un periodo de tiempo después de la actividad», explica la docente Rocío Castro.
El trabajo de los investigadores se centró en analizar si un tipo específico de actividad podría favorecer una mejor adherencia a la dieta prescrita, una mayor motivación relacionada con la alimentación, una composición de dieta más saludable o mayores cambios en la composición corporal en personas con sobrepeso y obesidad. Para ello, tomaron muestra de 300 personas sobre las que se analizaron más de 2.500 variables.
Los resultados de este trabajo no mostraron efectos sustanciales del tipo de ejercicio sobre la ingesta de energía, la selección de macronutrientes o los cambios en la composición corporal.
Finalmente, los investigadores concluyeron que, «el ejercicio físico se reafirma como una de las mejores opciones de tratamiento coadyuvante del sobrepeso y la obesidad. Además de mejorar la composición corporal, y otras comorbilidades y factores de riesgo, las personas con exceso de peso graso parecen no aumentar sus ingestas más allá de lo adecuado para mantener sus actividades diarias.
Esto elimina la creencia bastante extendida de que la realización de ejercicio físico aumenta las ganas de comer; siempre y cuando se den unas pautas de control alimenticio, lo que además pone en valor el trabajo de los entrenadores, que es una importante ayuda en este sentido».