Los hábitos motores se relacionan con la estructura de los movimientos. Encierran su «dibujo» en la conciencia del ejecutor. Además, incorpora a la coordinación del trabajo y su correspondencia con la actividad de las funciones vegetativas, es decir, respiratorias, circulatorias y de intercambio energético.
El dominio de la técnica deportiva se realiza en el proceso de aprendizaje según el siguiente esquema: primeramente, en el deportista se crean representaciones motoras; después, vienen los intentos por realizarlas prácticamente; y más tarde, por medio de las repeticiones de lo estudiado, se adquiere el conocimiento que, posteriormente, habrá de convertirse en un hábito motor.
La técnica de los movimientos elementales se obtiene, normalmente, siguiendo ese esquema. Se sabe que desde su nacimiento el hombre dispone de mecanismos neuromusculares para crear y coordinar sus movimientos. Sin embargo, domina los movimientos voluntarios como resultado del aprendizaje.
En ese orden, el papel de la memoria durante el aprendizaje de los movimientos es considerablemente grande. Los movimientos realizados por primera vez, y en mayor medida, las acciones complejas, en su casi totalidad son insuficientemente perfectos. El hombre apoyándose en la memoria y en las experiencias adquiridas, realiza los movimientos cada vez mejor.
Durante las múltiples repeticiones se establece un firme vínculo entre los procesos nerviosos. Éstos se sistematizan y, al final, se forma un estereotipo dinámico, es decir, un sistema equilibrado de procesos interiores. Así se condiciona entonces la transformación del conocimiento en los hábitos motores.
Se sabe que, en presencia de un hábito, el movimiento o la acción se puede repetir en forma bastante estereotipada. Esta multilateralidad del hábito motor deberá ser cuidadosamente tomada en cuenta por el entrenador, durante la enseñanza de la técnica deportiva.
Se puede, sin grandes esfuerzos, por ejemplo, enseñar a andar sobre troncos que descansen en la tierra y crear durante el proceso un hábito muy firme. Sin embargo, es difícil que alguien ande confiadamente por troncos situados a una altura de varios metros.
El temor de caer, la innecesaria tensión muscular y la alteración del equilibrio indicará un reflejo insuficiente en el estereotipo dinámico de la influencia de las condiciones exteriores y las reacciones físicas a ellas.
La ignorancia de tales componentes del estereotipo dinámico como son la influencia sobre el deportista de las condiciones competitivas hacen que la enseñanza de la técnica deportiva resulte inestable y fácil de alterar a través de la influencia de nuevos estímulos.
La formación de un hábito motor comienza con la creación de la representación del ejercicio estudiado. En este caso, desempeña un papel importante la experiencia motriz previa. La base de la experiencia motriz se encuentra en la multitud de hábitos motores que se han formado previamente. Es por ello que se dice que «no hay hábito del hombre maduro que sea absolutamente nuevo».
Hacia los 12 o 13 años de edad, los niños dominan un arsenal tan grande de movimientos voluntarios que les resultan suficientes para la creación de acciones muy complejas. Esto ha quedado comprobado por los éxitos en la asimilación de difíciles técnicas deportivas por los jóvenes que practican el patinaje artístico, los saltadores en esquí, los tenistas y los gimnastas.
Los niños de 7 y 8 años, ya desde los primeros intentos, dominan bastante bien el salto de altura con carrera de impulso en la variante técnica «tijeras», utilizando los hábitos que disponen al correr, al saltar con una pierna y al atravesar obstáculos.
Desde posiciones pedagógicas, lo fundamental en la utilización exitosa de los movimientos simples previamente aprendidos con el fin de crear otros más complejos, estriba en una clara acción motora. Durante las repeticiones mentales de la acción estudiada, el movimiento se hace más armónico, se organiza mejor en un proceso de coordinación único.